El sexo es la energía de la vida y yo amo la vida. Todo es creado sexualmente y, lo que es mejor, todo lo que existe es una oportunidad para conducirnos al éxtasis.
Cuando comparto mi energía sexual con una mujer, me entrego al proceso de despertar mis sentimientos de amor y mi inspiración creadora. Esto me pone en contacto con la abundancia que hay dentro de mí. El orgasmo no es un mero estallido del clímax, sino que es una experiencia del espíritu que consiste en alinear la fuerza sexual con el amor y con la conciencia.
Nuestra cultura patriarcal ha culpabilizado el sexo, lo ha manipulado y ha olvidado su potencial espiritual y transformador. Como consecuencia hemos roto el vínculo natural que hay entre cuerpo, naturaleza, placer y éxtasis. Yo lo vivía así en ocasiones, como una mera práctica orientada al placer con o sin ingrediente amoroso. He buscado a menudo en la amante el refugio emocional, un escudo para cubrirme de la intemperie existencial, una oportunidad para salvar ese día mis vacíos o un mero copiloto en el viaje al orgasmo. Además, mi precariedad emocional, me impedía entregarme a toda la experiencia de apertura del corazón que me ofrecía. Me desnudaba físicamente pero no internamente. Se me colaban juicios sobre lo oportuno o no de algunas cosas o sobre mí mismo. Al final el sexo se convertía en un acto donde se ponían en juego las estrategias del interés personal sin entregarme a la inocencia y a las posibilidades que trae.
Acercarme al sexo consciente me ha permitido plantearme ¿Para qué quiero usar esta energía? Es un caudal enorme a mi disposición, pero: ¿Hacia dónde quiero dirigirla en el encuentro con la amante?
Ahora entiendo mejor como el movimiento del deseo, una vez despertado, conduce a la movilización de la pasión en la que se incorpora la fuerza del corazón y del sentimiento. Y una vez aquí, se puede abrir la puerta de la experiencia extática o espiritual. Un circuito que trasciende las formas y el entendimiento. Me doy cuenta de que el sexo me empuja a despertar y abrirme. La sexualidad consciente moviliza mi intuición, mi inspiración, mis actos creativos, mi vitalidad y mi poder interno. Cuando hago el amor nombro lo que veo en lo femenino: su fuerza, su magia, su ternura, etc. Expreso lo que siento en un contacto profundo con mi intimidad. Pongo palabras al deseo y me permito entrar en estados emocionales intensos. Puedo observar mi energía masculina e integrarla. Suelto el control para que aparezca la comunicación del corazón. Agradezco o pido perdón, según viene. Pongo dirección e intención al acto sexual pidiendo lo que quiero para mí en el viaje del placer y la entrega. Me apoyo en el poder del amor. Con el sexo aprendo a conectar el sentir y el actuar. Cuando lo oriento de manera consciente es una alquimia de transformación. Más allá de la intensificación del placer y la descarga impulsiva, está el intercambio de las energías que busca elevarme en el encuentro amoroso. El Tantra es un tejido para la expansión de la conciencia. Definitivamente el sexo es un camino de comprensión y aceptación total.
¿Qué me ha servido para llegar hasta aquí? Recapitulo mi vida sexual y me doy cuenta de que he necesitado perder el miedo a la apertura del corazón. Permitirme sentir todo lo que emerge y manifestarlo para poder vivir los estados emocionales que el acto sexual me trae. Para ello, he aceptado que se puede presentar cualquier emoción intensa: el dolor, el miedo, etc. El sexo me conecta con mi fragilidad interior, poniéndome delante la sombra en todos aquellos apartados de mi historia personal pendientes de resolver. Y cuando esto aparece, me entrego, confiado en que el sexo tiene un poderoso principio activo de transmutación de todos los fenómenos.
He elegido también despertar los sentidos, poner atención a todo lo que amplifica la experiencia del encuentro y el amor. Ahora reconozco el poder del amor. Este es empujado por la energía sexual que a su vez me moviliza para despertarme, hacerme más sensible y más consciente de lo que soy.
El tantra me dice que mi cuerpo es sagrado. Vivo ahora la sexualidad como una oportunidad de sanación y de iluminación. Para mí en este momento es un reto entender que cuando hago el amor, la mujer es la manifestación de la divinidad que llevo dentro. La unidad masculino-femenino está ya dentro de mí, la puedo vivir en el éxtasis del amor tántrico. La adoración mutua hombre-mujer me abre al reconocimiento de que dentro lo tenemos todo y de que toda división es ilusoria y falsa. El sexo me abre ahora al placer, la meditación, el éxtasis. Quiero hacer de cada acto sexual una celebración que puedo convertir en un proceso ritual de unión. A través de él, me entrego a la vivencia de adoración de lo femenino, que me conecta al placer con la vida. La naturaleza, la sexualidad libre, lo femenino, todo lo negado por el modelo patriarcal, lo actualizo a través del tantra.