A mí también me dijeron que la masturbación podría dejarme ciego. Cuando recuerdo mi despertar a la sexualidad, veo toda la contención que viví para sentir mi placer corporal sexual, para comenzar a verbalizar mi deseo. Se impuso el silencio, la losa del tabú, y con él, el cierre del contacto emocional. Recuperar la naturalidad de mi sexualidad y retomar la autonomía de mi deseo me ha requerido habilitar el derecho natural de mi placer para existir y dar todo el espacio a las emociones de culpa, vergüenza y miedo a decir “te deseo” que traía asociadas.
Hoy veo en muchas personas las corazas sociales contra el deseo sexual que siguen alimentado comportamientos mecánicos y represivos. Perdemos la naturalidad que tenemos inscrita en nuestra genética animal. En mi se implantó un juicio severo que tildaba al deseo de egoísta o invasivo. Me doy cuenta al mismo tiempo de cómo venía marcado por los criterios de éxito por los que se rigen otros campos sociales. La sexualidad es acaparada por el ego que reproduce el automatismo del logro: la satisfacción de expectativas, las buenas prácticas eróticas, la idoneidad de los orgasmos, etc. Esto hacía que la sexualidad tuviera en mi tintes de conquista, que se mostrara como un acto de rendimiento deportivo y su única vía, pensaba yo, era la de encontrar oportunidades para elevar o hacer estallar la intensidad sexual, sofisticando la técnica con los años. Así lo asumí durante mucho tiempo, añadiendo, eso sí, las dosis de afecto que incorpora mi propia forma de ser. De todo esto aún arrastro maneras.
A día de hoy sigo poniendo la atención en mis patrones adquiridos, (activando el acecho, como diría Castaneda) con el fin de seguir liberando este gran recurso que es la energía sexual. Durante muchos años he tenido el deseo domesticado y esto me ha llevado a tener enjaulado el corazón. Queda sometido a las ideas y sin el aliento de la energía sexual. Ahora tengo más claridad para pedirme que exista deseo mutuo a la hora de entablar una relación; de que en cada relación entrego libremente aquello que elijo dar; y también que desplegar el afecto y la intimidad desde el cuidado mutuo, permite abrir el placer a nuevos registros, más allá de la intensidad sexual.
Vivir esto me abre puertas, siento más apertura a la sexualidad como vía de transformación interna. Descubro que el sexo me posibilita volver a los sentidos sutiles, espabilar de nuevo el campo sensorial y despertar el corazón. Aprovecho mi desnudez física para destapar mis estados emocionales. Veo cómo vivir mi sexualidad con otra persona me conecta con mi capacidad creativa cotidiana para sustraer ese placer de la profundidad de los hechos, no de la superficialidad. Al poner el cuerpo en juego desvelo mi sensibilidad para la escucha de las sensaciones, los ritmos, los estímulos delicados. Lo puedo vivir como una oportunidad para retomar la práctica atencional que nos sustrae la sociedad de los estímulos acelerados. La respiración, la lentitud, la mirada y especialmente la palabra, para mí, son aliados naturales en la conducción de la energía hacia la apertura del corazón, la sensibilidad y la cercanía emocional.
Todo esto me habilita para una práctica deliciosa como es la de la intimidad. A veces me daba miedo la intimidad, tenía que hacer algo para que esta no me desvelara del todo, representar algún papel, etc. La intimidad es un espacio que reta tanto a la libertad, que nos inventamos automáticamente un rol para blindarla. Pero ahora veo que es el espacio para volver a nombrar las emociones, el lugar de la plena honestidad, donde doy cabida a la vulnerabilidad, a la risa auténtica y al silencio sin inquietarme. Donde elijo como nombrar mi libertad. La intimidad es el espacio donde celebrar que la otra persona está disponible para obsequiarte con su amor libremente. Como dice Cortázar, “dejarlo que se acerque cuando quiera, siendo feliz con su felicidad”.
Puedo afirmar ahora que la energía sexual está a mi disposición. Sea cual sea la forma de activarla, redunda en mi bienestar si acierto a transformar la intensidad en profundidad. Esta aquí para conducirme al éxtasis, pero esa experiencia solo puede incorporar mis mejores recursos emocionales y espirituales para que sea tal. Se trata de un recurso que me abre el sentir y, por lo tanto, expande mis posibilidades de despertar a mejores formas de contactar con la vida y las personas.
La energía sexual redunda en aquello a lo que yo quiera destinarla. Viene a canalizar mi deseo y este es profundamente revolucionario. Si me abandono a él, me conduce lejos. Cuando elijo destinarla a amplificar lo que siento, los resultados son abundantes. Se trata de una fuente potenciadora de las energías del corazón y de las energías espirituales. Con ella logro ver la Diosa interna en la mujer; me dejo invadir por la ternura que me emociona; contacto con la experiencia de la entrega; o nombro la verdad del corazón como nunca. Hacer circular la energía sexual, expandirla, aumentar el contacto con lo que siento, me reproduce estados más duraderos de bienestar; despliega mi creatividad, especialmente para las relaciones; y puedo activarlo en orden a una mayor apertura de la visión interna.